
Rafo Ráez ha musicalizado con acierto poemas de César Vallejo y de Luis Hernández. Además, convenció a José Watanabe para escribir canciones rockeras. Apodado 'Loco’, tiene grandes temas. Escúchelo hoy en el Gringo Bar (Grau 260, Barranco).
Autor: Gonzalo Pajares Cruzado
Mi papá es director de teatro, mi hermana es actriz, uno de mis hermanos es músico, otro es biólogo. Más que artistas, somos curiosos. Más que el arte, nos gusta la investigación: ese diálogo entre proponer y preguntar que, al final, es la vida misma”. Rafo Ráez, el rockero peruano al que todos llaman 'Loco’, nos explica, con mucho raciocinio, sus vínculos con el arte.
¿Cómo es su investigación musical?
Empiezo bailando la música. Le explico: si uno escucha un huayno solo con el cerebro, este, en realidad, no entra en uno. El huayno entra en uno cuando se zapatea, cuando uno se deja llevar.
¿Necesita ese elemento físico?
Sí. Yo creo que las músicas folclóricas –sean el blues, el huayno o el landó– reconcilian nuestra labor cerebral con nuestra labor corporal. No solo hay que reconciliar el alma con el cuerpo, sino hay que volver a cocer el cuerpo, convertirlo en uno solo.
¿Se siente más cómodo como solista?
Un grupo musical nace de un acuerdo. Un solista surge de la contradicción del ser humano. Muchos sabios han dicho que en cada uno de nosotros estamos todos… y esto es verdad. Esta es la verdad que trato de comunicar. Unos usan el telescopio para mostrar el infinito, yo uso un microscopio.
Vive entre el acuerdo y la contradicción porque es solista y tiene una banda.
Así es. Con el grupo tenemos un show sólido que la gente disfruta como un solo río. Pero este río sería imposible sin los riachuelos que, como solista, le he aportado. Lo que trato de decir es que las sociedades necesitan no solo gestos grupales de unidad; también necesitan gestos individuales de apertura, telescopios y microscopios.
¿Recuerda cuándo hizo su primera canción?La hice de niño y estaba influenciado por ¿Charles Aznavour? (ríe).
¿Se siente un compositor talentoso?
Sí… incluso cuando me odio. Reconozco que es un trabajo que hago con bastante lealtad. No me canso de componer, pero desecho mucho. ¿Influencias? Existen dos posturas frente a las influencias: la primera, el rechazo para lograr algo propio; la segunda, aceptar todas y hacer con ellas una gran fiesta donde estén invitadas todas las músicas. Mi posición es la segunda.
Ha dicho que ha sido influenciado por Sex Pistols y ABBA...
Le explico: el sonido de Pistols no habría existido sin el sonido de ABBA… los mismos Pistols lo reconocieron. Al final, ambos grupos lo que hacen es reinventar a Mozart.
Explíqueme eso…Si usted coge un acorde mayor, lo toca y lo descentra medio tono hacia abajo y lo regresa a su tono inicial, se obtiene un sonido muy propio del folclor europeo. El efecto es un tánanan tánanan tánanan. En Demolición, de Los Saicos, hay esto, pero ellos lo hacen con una nota; en Europa, con un acorde. Esto es muy Mozart, pero también muy Pistols, muy ABBA. Esto se encuentra no solo en el folclor europeo, sino también en el folclor andino… en realidad, está en el folclor barroco.
Estudió Antropología en San Marcos a inicios de los 90, una época violenta. ¿Cómo recuerda esos días?
Fui tremendamente feliz. También recuerdo que un balazo pasó cerca de mi oreja y mató a una persona. Así vivíamos, felices y amenazados.
Lo llaman 'Loco’. ¿Lo es?
Un gran amigo del 1209, mi colegio, después de trabajar muchos años en Washington, ha vuelto y me sigue diciendo el 'Loco’ Ráez. Y si me lo dice alguien que me quiere tanto, debo asumir que es una expresión cariñosa. Pero, la verdad, yo siempre luché por estar sano de la cabeza (risas).
¿Lo ha logrado?
No, pues, ¡si hasta mi gran amigo me lo dice, no debo ser muy cuerdo! Durante mucho tiempo creí que estaba sano… solo hace poco me he dado cuenta de que no. Pero tomaré litio como hacen otros (risas).
¿Qué comportamientos suyos lindan con la locura?
El querer amarlo todo. Esto sobrepasa la capacidad del corazón y de la mente humana. Yo he querido ser de costa-sierra-selva, rockero y folclorista a la vez. Me hubiera convenido quedarme como lo que soy: un chico del Colegio Nacional 1209 que hace rock’n’roll.
Apostó por su querer ser todo. ¿Está contento con su elección?
Me pongo contento cuando escucho mis discos. Entonces, bailo de alegría (ríe). A veces me toca llorar, pero esto no es un problema porque son más las veces que me toca reír.
¿Qué lo hace llorar?
Lloro por algunos traumas de mi niñez… yo no sé por qué, pero en un momento de mi infancia se me ocurrió pelearme con mi corazón.
Yo le tengo mucho cariño a su primera maqueta, Si pudiéramos vivir. Junto con el Suicida de 16, es mi disco favorito de su producción…
Eso tiene que ver con una cuestión generacional. Creo que lo que he hecho en esta década es más valioso que lo que hice en los 90. Pero las canciones de los 90 las hice siendo joven, hermoso y valiente... y lo mejor estaba en que era percibido así. Obviamente, esta situación es insuperable. El consuelo que me queda es que admiro a la generación del 90… pero nada de lo que haga yo o cualquiera les va a devolver esa década mágica.
¿Cómo fue el encuentro de su locura con la mesura de José Watanabe?
Juntos compartimos un pesimismo responsable. El valor de Watanabe está en que cumplió la promesa que se hizo a sí mismo: escribir para que todos los que supiesen leer entendieran su poesía. Cualquiera que lea periódico puede entender la poesía de Watanabe y reír y llorar con ella. ¿Similitudes con Hernández? Pocas. Watanabe es Héctor Lavoe; Luis Hernández es bien rockero, casi todos sus textos parecen letras de rock.